Había una vez tres cerditos, lo que más les gustaba era el verano, y tocar, bailar y cantar. Pepito, el mediano, tocaba la flauta, Pablito, el mayor, el violín y el pequeño, Paquito, cantaba y tocaba el tambor.

Como todo en esta vida, su felicidad no era completa; el lobo acechaba con intención de comérselos.

Un día decidieron que lo mejor que podían hacer sería construirse una casa cada uno, para estar a salvo del frío del invierno y del lobo.

Se pusieron manos a la obra y el primero que terminó fue Paquito, que como era muy vago, hizo una casa de paja, para no tardar mucho. Cuando terminó se puso a tocar su tambor mientras cantaba: -No está nada mal, tra, la, ra, tra, la, ra.

En eso llegó el lobo, al ver la casita se echó a reír:

-¡Cerdito! Ábreme la puerta y déjame entrar.

-¡No, no soy tan tonto como crees!

-Pues soplaré y soplaré y tu casita tiraré, y a tí te comeré.

El lobo se puso a soplar con todas sus fuerzas, y la casita de paja salió volando, deshecha en briznas.

Paquito salió corriendo y fue a refugiarse a casa de su hermano Pepito.

Este que era casi tan vago como su hermano pequeño, pero algo más responsable, había construido su casa de madera, y estaba sentado tranquilamente en un sillón, tocando la flauta, cuando oyó a Paquito golpeando la puerta y pidiendo socorro.

-¿Qué te pasa Paquito? -le preguntó.

-El malvado lobo, derribó mi casita de paja, y ahora me persigue para comerme.

-No temas nada Paquito, entra en casa y cantemos un poco, dentro estaremos a salvo.

En eso llegó el lobo, al ver la casita se puso a gritar:

-¡Cerditos! Ábranme la puerta y déjenme entrar.

-¡Noooo!

-Pues soplaré y soplaré y tu casita también tiraré, y a los dos me los comeré.

-¡Inténtalo tontorrón!

Y el lobo sopló y sopló, cogió aire, sopló y volvió a soplar y volando salió la casita de madera al final.

Los cerditos muy asustados corrieron huyendo del lobo, el cual les gritaba:

-No importa donde os escondáis, al final os comeré a todos.

Llegaron a casa de Pablito, que se había construido una bonita casa de ladrillos, llamando a la puerta y pidiendo socorro.

-¿Qué les pasa hermanitos, a qué vienen esos gritos? -preguntó.

-El malvado lobo, derribó mi casita de paja, y después la casita de madera de Pepito, ahora nos persigue para comernos a todos.

-No temáis nada, hermanitos, entrad en casa los dos y preparemos la cena, dentro estaremos a salvo.

En eso llegó el lobo, al ver la casita dudó, pero como tenía hambre y estaba decidido a comerse a los cerditos gritó:

-¡Cerditos! Ábranme la puerta y déjenme entrar.

-¡Déjanos en paz, grandullón!

-Pues soplaré y soplaré y tu casita tiraré, y a los tres me los comeré.

Pero esta vez el lobo, por más que sopló, solo consiguió que le diese un ataque de tos.

Los cerditos se sentían a salvo, pero Pablito escuchó pasos en el tejado, así que puso una olla de agua hirviendo en la chimenea, y al intentar entrar el lobo por la chimenea, con el vapor no veía nada y se resbaló y cayó en el agua hirviendo y saltó gritando mientras corría: -¡Socorro, qué me quemo!

Desde entonces los cerditos viven tranquilos y felices en la casa de ladrillos de Pablito y si alguien le pregunta al lobo por que no los persigue éste explica muy serio que es alérgico al cerdo.

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